jueves, 2 de septiembre de 2010

De amores platónicos

Casi siempre la escena era en un aeropuerto, repleto de gente, en donde ella corría tratando de mantener la marcha y procurando no bajar la vista. Sólo a unos metros delante de ella corría él, o ella; bueno, sólo se divisaba su espalda, supongamos que era “él”. Él era el único que se divisaba entre tanta gente.
Cada vez que ella lograba alcanzarlo a unos metros, sus piernas se acalambraban, su pecho se cerraba y su impulso disminuía. Pero en cuanto él se alejaba considerablemente ella cobraba una fuerza inconmensurable que la hacía sentir cada vez más vital y deseosa de alcanzarlo.
Y esa escena se volvía a repetir una y otra vez, casi todos los días, con pequeñas variantes. Ella la soñaba despierta, con sus ojos cerrados, pero nunca con la intensidad de la última vez.
En esa última vez ya no había gente, era él y un fondo oscuro. Ella corría para alcanzarlo y él se iluminaba entre tanta oscuridad. Parecía ser que había llegado el momento de la verdad. Entonces ella alcanzaba su cuerpo, y un instante antes su brillantez era más intensa que nunca y al siguiente era nada.
Finalmente ella pestañeo y recordó - tratando de abrir bien los ojos - sus “amores platónicos”.