viernes, 13 de noviembre de 2009

Escribir-se, pensar-se, expresar-se…

Seguramente pueden ser infinidades de cuestiones e ideas que, sin ser objetivamente posibles de abarcar, podrían justificar aquello que mueve a las personas a expresarse.
Pero si se considera “aquello”, como algo que está más allá del contenido de las ideas y de las preguntas a responder, enseguida se podría pensar al verbo “mueve” no como algo que surge en un segundo momento, posterior a las ideas, sino como algo constante. Aquello que nos mueve a expresarnos es algo que siempre está, algo que vive y no puede dejar de existir sino hasta que en uno desaparezca hasta el último suspiro.
Habrá algunos que escriben para sí, habrá otros que escriben para los demás; y creo yo, unos pocos que escriben para sí y para los demás… Pero al fin de cuentas uno escribe y creo que lo que se cree es, tarde o temprano, que lo que se escribe llegará a un destinatario. Ya sea por el prestigio de figurar o por ir más allá de uno en busca de una verdad, cada uno escribe de alguna manera a su manera para alguien más.
Entonces vuelvo a lo primero que el lector puede apreciar, pero a su vez, generalmente, lo último que quién escribe redacta. Puede que sean los guiones que aparecen allí, que al mismo tiempo le otorgan un doble sentido a la oración, sentido de para sí y para un otro, lo que sea una posible manera de decir algo acerca del sujeto que se expresa. Es gracias a la presencia de otro, es decir, la existencia de un destinatario real o ficticio, que a su vez puede incluir al sí mismo, que quién se intenta expresar toma valor y decide empezar. Volver a expresar…
Vuelvo a escribir, a expresar, por lo menos algo, después de un tiempo…